Por Patricia Martínez
En la página 90, en una nota al margen, me encontré con esta frase que resume el libro que tengo entre mis manos. No vamos a llegar pero vamos a ir, página por página vamos a ir abriendo lugares, echando bocanadas de aire fresco que nos permitan volver a sorprendernos y sacar del “museo” los textos sagrados del psicoanálisis.
para un psicoanálisis profano de Helga Fernández nos convoca a celebrar juntos este acontecimiento.
Al comenzar la lectura, a poco de andar algunas páginas recordé una frase: “el texto que usted escribe debe probarme que me desea”, así dice Barthes de los textos que han sido escritos con placer, que buscan al lector, que lo rastrean, lo invitan. Por eso lo primero que puedo decir es que este libro me desea, que desea a cada uno de los que se aventuran en su recorrido porque es un texto que cuenta con el otro, dialoga, trata de que lo entiendan, es generoso, conversa con quién lo lee.
Entonces agradezco, porque me da alegría, este recorrido profanador, este modo libre y distraído de andar por los textos consagrados, apropiándoselos, echándoles mano, tomándose el trabajo de habitar el discurso, Helga Fernández lo dice sin vacilar: el discurso es para habitarlo… hacerlo a la medida de nuestra propia mano. Leer es profanar, es usar el texto, liberarlo de la contemplación de la idealización del sentido preestablecido… y porque se hereda lo que se toma… hay que tomar la palabra, aunque fallemos y erremos, porque profanar lo improfanable es la tarea política de cada nueva generación.
Lo primero que anote en los papelitos que acompañaron la lectura es callejeando, con la jota acentuada es una palabra “helga” y es una buena actitud para recorrer estás páginas, callejearlas. Ingresamos por la esquina adecuada, como analizantes “no hay el lugar del analista sin pasar por la posición analizante, sin convicción en la existencia del inconsciente, sin haber hecho experiencia de esa experiencia, sin que hablar bajo ese lazo haya tocado nuestro cuerpo” y este es un libro analizante, o tal vez testimoneante de esa posición analizante que hace al analista en su función.
Ya que entramos al libro y estamos en él quiero destacar dos cosas, la primera son las escrituras al margen, esas marcas que nos deja la autora a través de las cuales acentúa el dialogo con nosotros los lectores, nos dice ahí lo que a ella la impactó, lo que pudo tomar, lo que aún le resta ubicar, los caminos que le quedan por recorrer, los autores de los cuales se sirvió, con los que sigue conversando. Es en esos comentarios al margen que uno saca la convicción que ese texto nos desea.
El otro punto es la cintita para marcar las páginas, no perder el hilo y saber adónde volver, la cintita está en un libro pensado en cada detalle de su materialidad. Vale entonces felicitar a la Editorial Archivida por la cuidada y amorosa edición.
Vuelvo al texto.
La autora avanza sin concesiones, llamando las cosas por su nombre y parientes a los parientes, llegamos a una pregunta sencilla y sincera: por qué tomar la palabra, por qué darse todo ese trabajo. En una nota al margen nos dice: como lees escuchas y unas páginas antes puso sobre el tapete: la posición analizante del analista (o el analista discurseando los efectos) no es una práctica que podríamos practicar o no practicar, es un ejercicio que forma parte de la praxis.
Solo para invitarlos a abrir el libro y meterse de cabeza- algo que seguramente me van a agradecer- tomo las páginas 40-41-42 donde se recuerda la producción de lalangue como un acto fallido. Lacan hablando en posición analizante, con otros, en un lazo de trabajo, profiere ese fallido por el cual se deja enseñar y con esto leemos: …como toda producción del inconsciente, lejos de ser individual, es colectiva, es en el lazo, es en transferencia. Uno (solo) no hace nada.
Destaco dos frases por su contundencia y poder de síntesis: el estilo se enlaza al otro, se teje con él… estilo es también la forma en que cada quién se las ingenia con su indefensión, y ambas frases evocan y leen una de J. Lacan: “Que si bien en la carrera tras la verdad no se está sino solo, si bien no se es todos cuando se toca lo verdadero, ninguno sin embargo lo toca sino por los otros”
Con este marco y sentadas las bases de por dónde vamos a callejear. El libro avanza con rigurosidad, nos lleva a la tarea de descifrar, transliterar el sinthoma, así con hache, para que quede claro que no se trata: ni domesticar ni adaptar, ni hacer del síntoma una mercancía.
En el capítulo Testimoniar podemos leer: Como analistas no sabemos qué va a pasar, ni siquiera sabemos sí un análisis va o no a acontecer. Lo que sí sabemos es que podría acontecer porque ha pasado. Sencilla y brillante manera a mi entender de resumir la posición atea del analista en el Semblant y abrir una respuesta que dio Lacan: “para que opere- (el psicoanálisis)- es necesario convencerse de que eso opera”.
Tirando la punta del ovillo desde la palabra convicción, rastrea que hacen de ella Freud y Lacan, cuándo y con qué resonancias la usan, así llegamos por esta vía a una frase luminosa, otra de las tantas que nos regala el libro: Se trata entonces de un creer, siempre en infinitivo, del que no se desprenden creyentes ni adeptos. De un creer que lleva a confiar. Una confianza que lleva a esperar. Una espera que lleva a que el objeto se disponga en tanto causa.
Con el hombre de los Lobos, soñando en aymara- testimonio de la atención de un paciente que habita la sensibilidad de esa lengua-, adentrándonos en la escena teatral, releyendo Sófocles, iluminando a Hamlet y a Ofelia, para pasar del duelo a la estructura y volviendo sobre los sueños inaugurales del psicoanálisis, Helga nos invita a profanar los textos para habitarlos, para que conversemos con ellos, mano a mano, sin amedrentarse ante la cosa ni temer a las identificaciones.
Nuestro tiempo, el que nos toca vivir, nos confronta como generación a unir nuestro horizonte al de la época que nos concierne. Cómo analistas no podemos estar ajenos, no se trata de escamotear lo que nos toca, la lógica del psicoanálisis no comulga ni con el neoliberalismo ni proclama ninguna evangelización, como plantea la autora: son la misma cosa con su fe en lo perceptible y su capitalización de la sumisión Toda iglesia es una concesión y toda concesión es una iglesia.
Sin concesiones, sin sumisión y fuera de los museos y de las iglesias este libro lee la práctica de una analista, da testimonio de un hacer, toma la palabra para dejarse enseñar.
Y si leer es dejarse tocar por la textura de lo escrito es sin duda este un texto que nos toca, que nos despierta y que nos devuelve a la vívido de la experiencia.
Gracias Helga.
Patricia Martínez

Minibio
Patricia Martínez.
Psicoanalista.